1. Rememorando la Bula Ite vos y conscientes, como familia franciscana y como ciudadanos, de participar en un momento de novedad y de luz, no queremos dejar pasar la ocasión de manifestar nuestro anhelo de vivir y evangelizar unidos por la fraternidad.
2. Esta DECLARACIÓN es, además de un signo de buena voluntad y hermandad, un compromiso que tomamos quienes hemos participado en el Congreso de Madrid acompañados por nuestros hermanos y hermanas superiores mayores. Quisiéramos animar a semejante compromiso en torno a la unidad a todas nuestras hermanas y hermanos.
3. La presencia de nuestros hermanos ministros generales (M. Perry, M. Jöhri, M. Tasca) nos alienta en la dirección de entrelazar nuestros caminos para que brille con más fuerza el sol de la fraternidad y su dinámica de vida.
1. Un proceso de comunión fraterna
1. Está pasando ya el tiempo del desencuentro. Habrá que comprender la historia. A lo largo de los últimos años, al redescubrir la hermosura del origen común en las fuentes franciscanas y al acercar nuestros caminos vitales, hemos percibido que la suma de tradiciones es un valor que conviene mantener vivo para enri-quecimiento de todos. Estamos llamados a una comunión en la diversidad que se aglutina en una unidad amplia, envolvente, espiritual.
2. Por una parte, y del mismo modo que la desunión fue la consecuencia de un largo proceso de alejamiento, la comunión en la diversidad ha de ser fruto de otro proceso de acercamiento, aprecio y colaboración. Tenemos la confianza de que este segundo camino no será tan largo como el del alejamiento y que los beneficios de la unidad irán viniendo en nuestra vida franciscana como fruto maduro.
3. Por otra parte, la novedad carismática que supuso y supone la fraternitas franciscana, y estos “tiempos nuevos para una fraternidad nueva” nos acercan y aproximan a unos y otros. Y, a su vez, estos tiempos con asuntos tan graves de igualdades/desigualdades, inclusión/exclusión, dignidad/indignidad… hacen que nuestras pequeñas historias de familia parezcan minúsculas en ese contexto global del que hacemos parte.
4. La historia y los muchos saberes sobre nuestra condición humana, nos ha hecho a todos un poco más humildes. Y por ello, quizás, estamos en condiciones de “revertir la historia”. Que no para, que continúa; que no tiene por qué ser una inercia. Seguramente vale un poco también para nosotros una frase de Jon So-brino: “Sólo utópica y esperanzadamente uno puede creer y tener ánimos para intentar con todos los pobres y oprimidos del mundo revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección” (J. Sobrino). Colaborar a esa subversión de la historia y a lanzarla y empujarla en otra dirección. Es necesario volver a cambiar las preguntas, saber responder al sentido profundo de la vocación evangélica y de ahí a la básica vocación franciscana.
2. Un proyecto de unidad
1. Este proyecto de unidad habría de estar basado en hondas raíces humanas, tales como la fraternidad social y la suerte de vivir en tiempos de laicidad. También en raíces cristianas: un bautismo vivido en modos apasionados, una comunión contemplativa que sabe del amor trinitario en su darse a la historia. Y serán así mismo necesarias las raíces relacionales de la vida comunitaria.
2. Pensamos que el proyecto de unidad ha de tener el valor de la audacia y habrá de asumir el riesgo del fracasar. Esta humildad esencial es necesaria para transitar en las sendas de la unidad.
3. Habríamos de ir descubriendo la extraña y hermosa razón común que nos sustenta, dada la maravilla de la pluralidad. La gran pregunta a resolver será: ¿qué puertas nos abre hoy la fraternidad común?
4. Por eso, en el camino hacia la unidad se cruzan con nosotros todos los itinerantes cuya suerte no nos puede ser indiferente. Una unidad solamente nuestra sería una unidad limitada. Sigue siendo un reto el de involucrarnos con la gente en medio de la cual vivimos en trabajos de fraternidad y de paz. Ese es el modo franciscano de ser Iglesia.
3. Tiempo de intentos
Esta es nuestra hora. De ahí que valoremos todos los intentos que ya se están haciendo y que apuntan al horizonte de la unidad:
• Hemos de acentuar la cercanía, la convivencia, la colaboración entre todos los grupos. Ha pasado la hora en que, buscando identidad en lo propio, se trabajaba únicamente para el grupo al que se pertenecía. Es más urgente que nunca pasar a la orilla de lo común, de lo interfranciscano.
• Veríamos con ojos agradecidos que los ministros generales convocasen un Capítulo General Interfranciscano, como algo alternativo a los otros Capítulos, y a la manera como se hace en algunas regiones de Italia, en que el tema de la unidad y sus variados retos fuera tratado de modo orante, reflexivo y práctico.
• Apoyamos el camino iniciado para la creación de una única Universidad Franciscana en Roma con la certeza de que el estudio conjunto ha de favorecer el ideal de unidad.
• Además de esto, sería un bien para la Iglesia, la Orden y la sociedad, el que se creara, dentro de esa Universidad o paralelamente a ella una Escuela de Me-diación donde se enseñara a mediar en los conflictos contribuyendo así a la construcción de la paz.
• Deseamos se potencien las fraternidades y los proyectos sociales y formativos interfranciscanos que formen para la comunicación y la relación de los hermanos con la certeza de que el lenguaje de la colaboración práctica nos ha de llevar a la comunión real.
• Desearíamos que los ministros generales nombraran una comisión internacional con el fin de estudiar y dinamizar el camino de una posible unidad.
• Consideramos que es un avance y, por ello, apoyamos la petición conjunta de los ministros generales de que se contemple la fraternidad como marco jurídico para nuestros grupos franciscanos abriendo la posibilidad de que cualquier hermano, laico o sacerdote, ostente cargos de dirección fraterna.
Conclusión
1. No podemos descartar del horizonte de la vida franciscana el anhelo de unidad total en una sola familia de hermanos y hermanas menores. Pertenece al lega-do franciscano y al evangélico: “Que todos sean uno” (Jn 17,21).
2. Queremos tomar muy en serio el anhelo de muchas hermanas y hermanos franciscanos que han hablado y soñado con un ecumenismo franciscano tangible, en hechos concretos, que nos encaminen y hermanen en la senda de la unidad. No queremos dejar morir a aquellos “viejos profetas” que son el humus sobre el que vivimos hoy.
3. Desde la sencillez de esta Declaración de Madrid, los participantes renovamos y acogemos el anhelo explícito de nuestro hermano Francisco: “Y todos sin ex-cepción llámense hermanos menores” (Rnb 3,3).
Madrid 24 de mayo de 2017