Envió el Señor su Misericordia
Paz y Bien
Acabo de regresar de realizar la visita a la custodia capuchina de Venezuela y estos días uno trata de reposar las experiencias vividas. Los diálogos con los hermanos, con la gente, lo que uno ve en los lugares que visita, las reflexiones presentadas en la Asamblea celebrada te hacen ser más conscientes de que en ese país la vida está seriamente amenazada. Lo está por el hambre que padecen tantas personas por falta de alimentos, por las enfermedades no asistidas por falta de medicamentos y por la violencia extendida por todo el país. Es también alarmante la falta de trabajo y que sea el Estado quien arruine las empresas y las haga improductivas. Alguien nos decía que para salir de esa situación hay que vivir de manera alternativa siendo conscientes de que ésta alternativa no puede imponerse por la fuerza. Dios pasa por aquellas personas que, en medio de situaciones difíciles, son capaces de resistir. Nuestro vivir alternativamente implica ser capaces de poner vida y fraternidad.
En medio de esa realidad escuchamos en este tiempo el mensaje del profeta Isaías. Su profecía nos ha recordando los graves problemas que continúan en la humanidad a lo largo de la historia. El profeta ante las situaciones de guerra y de injusticias, ofrecía como contrapartida la esperanza de la paz y unas nuevas relaciones sociales. Lo hacía con esas imágenes: llegará el día en que “de las espadas se forjarán arados, de las lanzas podaderas”. Llegará el día en que “el cordero vivirá con el lobo, la pantera con el cabrito, la vaca pastará con el oso, el león comerá paja como el buey y un niño pequeño los pastoreará”. Son imágenes que nos animan a pensar en otro mundo, en otras relaciones que traen la paz a todos esos lugares en los que está amenazada. Escuchar estas palabras celebrando la eucaristía dominical en las comunidades cristianas de Venezuela tienen una resonancia y una implicación especial.
Isaías también fue consciente de otra de las grandes experiencias que tuvo el pueblo de Israel: la del destierro. Experiencia que marcó la vida y la fe de ese pueblo. Es también una experiencia que se repite a lo largo de la historia y especialmente en nuestros días, entre nosotros: la de la emigración forzada. Las palabras de Isaías y el ánimo que él trasmitió para que regresara su pueblo del destierro nos obliga pensar a nosotros en tantos millones de personas que se encuentran, como migrantes y refugiados, en la misma situación. Nuestra labor no es tanto hacer que regresen a sus lugares de origen. Son personas que necesitan una palabra y una acción que les lleve esperanza y consuelo. Me impactó la reunión que tuvimos con representantes del ayuntamiento de Madrid y el grupo de subsaharianos que forma parte del “Programme Afrique” que tenemos en nuestra casa. Los jóvenes africanos nos decían: “Tenemos un sueño y queremos realizarlo en esta tierra, no tenemos dónde dormir, dónde comer, nos niegan el acceso a los centros de formación, queremos formarnos, trabajar, nadie nos ha visto trabajar, no confían en nosotros, no somos delincuentes, nunca hemos llevado esposas excepto las que nos ha puesto la policía nacional por no tener papeles…” Los problemas se repiten, los sueños también.
El Adviento está a punto de dar paso al tiempo de Navidad, en el que tenemos presente el nacimiento del Salvador. Ante las dificultades de la vida y de nuestro mundo creemos y manifestamos que el Señor está con nosotros, que Él nos acompaña. Él nos ayuda a dar sentido a nuestra existencia porque es “el Dios que salva”. Quienes creemos en este Dios-con-nosotros estamos convencidos de que esa salvación ha de llegar a todos los seres humanos haciendo lo posible por construir un mundo de hermanos.
En este tiempo algo nace en nosotros, la vida se re-crea, se re-genera, porque “en aquel día envío el Señor su misericordia y en la noche su canto” (cf. Sal 41,9).
Un saludo de hermano.
Benjamín Echeverría