Hace justo cien años, cuando el mundo se convulsionaba con los horrores de la Primera Guerra Mundial, un fraile español, originario de la localidad navarra de Vera de Bidasoa, Román María de Vera, llegaba a la isla de Guam, perteneciente al archipiélago de las Marianas, en pleno Pacífico. Entre sus muchos méritos, pasará a la Historia como un firme defensor del idioma original de los nativos, el chamorro, muy influenciado por el español tras los tres siglos en que el archipiélago perteneció a la Corona de España, y por incorporar a dicha lengua algo tan español como nuestra letra Ñ. De hecho, el capuchino fue el primer escritor en dicha lengua y contribuyó decisivamente a fijar su ortografía.
Nuestro protagonista, había nacido como Román Dornacu Olaechea, en 1.878, pero al ingresar en la Orden Capuchina, adopta el nombre con el que será conocido, incorporando el de su natalidad de origen y el de la Virgen. Es adscrito al distrito capuchino de ?nullius?, es decir, aquel que no estaba asociado a ninguna provincia española, por lo que estaba destinado a misiones, tarea para la que era especialmente apto, por su robusta condición física y su don de lenguas.
Un don que pronto habría de manifestarse. Efectivamente, tras ser ordenado sacerdote, en mayo de 1.901, es destinado a las islas Filipinas ?arrebatadas ya a España ignominiosamente por los Estados Unidos-, donde aprendió los idiomas de sus feligreses, el tagalo, el pampango y el bicol. Seguía, de esta forma, la tradición de los misioneros españoles en toda Hispanoamérica y en los dominios del Pacífico, de aprender las lenguas nativas, para poder evangelizar a los naturales. A los tres años de su llegada, publicó en Manila su ?Gramática Hispano bicol, según el método de Allendorf?. Aprovechó también su estancia para perfeccionar su inglés.
Pero el aprendizaje de idiomas era sólo una herramienta para su labor evangelizadora, que desempeñó con gran celo en Manila, Sariaya, Corregidor, Bataan, Pasay, Malabon, Tayabas y Lucena. Algunos de estos nombres se harían tristemente célebres durante los terribles combates de la Segunda Guerra Mundial.
Tras un breve regreso y estancia en España, Fray Román es destinado de nuevo a misiones, esta vez, a la Isla de Guam, parte del archipiélago de las Marianas ?perdidas también tras la guerra imperialista de los EE.UU., en 1.898, e incorporadas a dicho país como ?territorio no incorporado?, estatus que todavía conserva hoy día-, y a 2.000 kilómetros al este de Filipinas.
El idioma original de Guam es el chamorro, una lengua malayo polinesia, pero que en una proporción de hasta el 50% está influenciada por el español, exceptuando la Ñ, que precisamente incorporó el fraile capuchino. Actualmente cuenta con unos 50.000 hablantes de Guam, Saipán, Tinián, Rota, Yap y Ponapé, pero en aquella época carecía de textos, ortografía? Fue precisamente Fray Román quien se empeñó, después de aprenderla, en impulsar su uso y fijar su ortografía, animando a utilizar las palabras originales del chamorro, sin la ?contaminación? del español.
Fruto de ese esfuerzo será una primera obra en chamorro, con su firma, en 1.920, a la que seguirían otras 30, incluido un diccionario de chamorro español, publicado en 1.932. Gracias a sus desvelos, el chamorro ha conseguido mantenerse hasta hoy, con expresiones tan familiares a los españoles como ?Felis Nabidat yan Añu Nuebu?; ?Felis Kumpliañus?; ?Buenas Tâtdes?; ?Asta otru diha?; ?Buen probecho?, o los números (Unu, dos, tres, kuâtro, sinko, sais, siete, ocho, nuebi, diez). La Ñ incorporada al alfabeto chamorro está presente nada menos que en el nombre de la capital de Guam Hagâtña (se pronuncia ?Agaña?).
Además de esta importante labor como lingüista, Fray Román María de Vera realizó un gran trabajo evangelizador, desvelándose por sus feligreses. En este sentido, cabe destacar sus cuidados a los enfermos de la ?gripe española?, que asolaría el mundo causando millones de muertos, en 1.918. Precisamente en reconocimiento a esa extraordinaria entrega hacia su feligresía, el mismo presidente estadounidense Wodrow Wilson, le hizo una mención honorífica.
En 1.950 y después de 35 años como misionero en su amada Guam, Fray Román María de Vera es destinado de nuevo a las Filipinas, donde le encontraría la muerte en 1.959.
(El Distrito)