Dos meses antes de la llegada del Papa Francisco al Ecuador, se despertaron las emociones, los cálculos y las estrategias para recibirlo, para aprovechar la oportunidad o para confirmar y reconfirmar posturas e ideologías. De hecho, la noticia de que el Papa llegaría a Ecuador, Bolivia y Paraguay surgió en el momento en que la sociedad y la Iglesia de estos países necesitaba algo más que un impulso y bastante más que un evento mediático, que le diera visibilidad y significatividad en un mundo que está preocupado por sus diversas crisis (con muchos calificativos) y anhelando alternativas a los sueños en proceso de frustración.
La sociedad ecuatoriana está “alzando la cabeza con dignidad” frente a su pasado y respecto a los pensamientos únicos y contrapuestos de un presente que –parece- se está comiendo el futuro. Correístas y anticorreístas, aduladores, beneficiarios, perjudicados, críticos, pensadores y mimetistas del poder o contra el poder establecido, esperaban su oportunidad en el hombre vestido de blanco, con sonrisa inocente y con pensamientos sencillos. La sociedad necesita un nuevo líder que hable lo justo y lo necesario; que tenga gestos sencillos y significativos; que provoque cambios sin descalificaciones; que hable y abrace con gestos de paz y fraternidad.
Por otra parte, la Iglesia ecuatoriana está viviendo en su “gris pragmatismo” de contemporizar con los poderes ejerciendo el suyo y busca, con la necesidad del anémico, nuevas energías que den brillo, aún sabiendo que “el sol es Jesucristo y la luna es la Iglesia”, es decir, que lo eclesial debe ser reflejo del brillo de Jesucristo. Pero tampoco debe apagarse tanto que anochezcan los resplandores que el mismo Papa está regalando a la Iglesia Universal en Roma, Filipinas, Lampedusa, Líbano, etc. Los cristianos y cristianas del Ecuador estaban esperando a quien les confirme en su compromiso con los pobres, su visibilidad en medio de tantas referencias alfaristas de laicidad anuladora; los cristianos y cristianas necesitamos confirmar nuestros sueños y nuestros gestos proféticos, nuestros anhelos de “otra iglesia es posible” tras la “larga noche restauracionista” que ha dividido y herido a comunidades católicas del oriente, costa y sierra del Ecuador, por obra y gracia de la obsesión prepotente de quien se adueña de la doctrina, aún lejos del kerigma.
Hubo preparativos, de prisa y corriendo, con la “puntualidad ecuatoriana” del último momento, y al final se consiguieron los espacios adecuados (no siempre deseados), con templetes y flores y liturgistas y acólitos y cantores y seguridades y voluntarios y muchas más cosas, que mostraron una sociedad con gran capacidad de reacción que sabe “resolver bien sus urgencias” aunque le cueste hacer procesos.
Todo estaba listo para el día 5 de julio de 2015. Miles de voluntarios católicos y de policías nacionales. Millones de participantes organizados, en movimiento hacia Guayaquil y Quito y el Quinche para escuchar al Papa Francisco, quizá tocarlo, quizá hacer fotos y más fotos, tal vez poniendo todo el corazón para acoger al “bienvenido querido Francisco” como Isabel acogió a María o al revés, …no sé.
Los discursos pequeños -la mayoría- y otros con la brevedad del saludo, fueron degustados y televisados para todos los católicos, para todos los ecuatorianos creyentes o no, para el mundo que estaba siguiendo los pasos y las palabras del Papa en un país pequeño y sin mucha incidencia en el concierto mundial y en la orquesta eclesial. De hecho el Papa Francisco consiguió acallar las protestas y reivindicaciones de unos y la propaganda inmisericorde del poder, alzando la voz de la única verdad. Estos días, el Papa consiguió que los creyentes y no creyentes pusieran el oído y el corazón ante las palabras, admiración ante los gestos, y acogida de las propuestas humanizantes de quien no busca proselitismo, porque “el proselitismo es una caricatura de la evangelización”. El obispo de Roma nos dijo que se sentía en su “casa” por ser latinoamericano, por llamarse Francisco, por sintonizar con la gente sencilla y el cariño que recibió en cada calle, rincón, parque o diálogo. Creo, que durante estos tres días, muchos ecuatorianos y ecuatorianas sentimos que “le citamos demasiadas veces”, sí; pero también sentimos la fuerza de quien impulsa y mueve y provoca.
Hay algunas palabras que resuenan en mi corazón y en el de otros muchos: gratuidad, familia, descarte, alegría, diálogo, encuentro, cuidado… Hay muchas más que debemos rumiar, antes de la digestión, para alimentar bien nuestra vida cristiana, pero elijo éstas siete para resumir el impacto de la visita del Papa Francisco al Ecuador que llevo dentro.
1. A los consagrados y sacerdotes nos insistió en la gratuidad y la gratitud, que son la respuesta de quien ha recibido con amor lo que da vida y le vincula con la alegría. La pastoral debe ser gratuita, porque hemos renunciando a “ser promovidos” o sentirnos importantes, y hemos decidido que servir y servir y servir es la única respuesta de quien no se olvidó de su origen ni de quien le “sacó del rebaño”. Es la misma gratuidad de quien está recibiendo gratuitamente una educación científica y universitaria, de quien tiene capacidad de incidir en los grupos sociales o de quien vive el amor de familia, aunque no sea perfecta y debe “pedir perdón, dar gracias y pedir permiso”.
2. La familia no sólo fue el tema de la misa de Guayaquil o la metáfora para hablar de la nueva sociedad ecuatoriana o la manera de tratarnos entre consagrados o el efecto de la evangelización. La familia es el lugar del amor y de la inclusión entre personas que se encuentran y renuevan sus encuentros con el diálogo. La familia no solamente es una institución sino una relación, que no está mirando el agua sucia de la purificación y los errores de unos y otros, sino el “vino nuevo” del amor y la esperanza. Me gustó escuchar del Papa que “la familia es el hospital más cercano, la primera escuela de los niños, el grupo de referencia para los jóvenes, el mejor asilo para los ancianos”, porque “lo mejor está por venir”, ya que hemos “aprendido del pasado, vivimos con pasión el presente y con esperanza el futuro”. Me parece importante que la familia no sea una carga, más bien se nos revela como “el gozo de la familia”.
3. Machaconamente este Papa ha dicho en muchos lugares del mundo, y lo ha reiterado en Ecuador, que no hay derecho al descarte, que no es justo ni es humano excluir a nadie, ni en la familia, ni en la sociedad, ni a quienes piensan diferente a nosotros o a quienes no sintonizan con nuestra orquesta eclesial. Quien da un paso hacia la periferia se encuentra con personas y cada encuentro es evangelio, buena noticia para los dos, que caminaron sin pretenderlo uno hacia el otro, como Cristo hacia nosotros mientras le buscamos a Él. Podríamos decir que quien ha entrado en la cultura del descarte se ha salido de la vida del Evangelio, y quien se compromete con los pobres y excluidos, especialmente con los jóvenes y “las minorías más vulnerables, que son la deuda que todavía toda América Latina tiene”, es quien verdaderamente saborea la alegría plena.
4. La alegría, no sólo da título a la “carta programática” del Papa Francisco (“Evangelii guadium”), sino que es la estrategia de evangelización, el efecto de quien anuncia gratuitamente a Cristo, el signo de la fraternidad y del encuentro, la expresión de quien celebra la fiesta con el vino del amor y la esperanza, el sentir de quien no busca “doctorear” sino cultivar y cuidar. Es evidente que nuestra Iglesia necesita más alegría por lo que disfruta de Dios, que frustración por la victimización y el despojo de privilegios sociales. Es la alegría de quien “discipulea” y no anhela protagonismos ni teme “no ser importante”.
5. Desde que pisó el aeropuerto de Tababela de Quito, el Papa no se cansó de insistir en la necesidad del diálogo entre personas, entre culturas, entre diferentes, entre cristianos, entre ciudadanos… entre todos. Ese diálogo que se necesita dentro de la Iglesia ecuatoriana para enriquecer las propuestas en lugar de frenar las protestas. También se necesita diálogo entre los diversos sectores sociopolíticos del país, para que se oiga una voz estruendosa apagando los clamores inconformes con las medidas económicas y las libertades muy medidas. Nos dijo: “abrir espacios de diálogo y encuentro, dejando represión, control desmedido y merma de la libertad”, porque “el diálogo es necesario, es fundamental para llegar a la verdad, que no puede ser impuesta, sino buscada con sinceridad y espíritu crítico”. Todos los sectores han de sentirse protagonistas imprescindibles de este diálogo, no sólo espectadores. Y esto lo pueden y deben acoger los que tienen el poder eclesial, político o económico, así como quienes lo buscan o quienes lo sufren, aunque “el pueblo sea esencialmente ‘olímpico’, osea hace lo que quiere, y ontológicamente ‘hartante’”.
6. Esto nos supone entrar en la “cultura del encuentro”, que nos lleva, entre otras cosas a la solidaridad, la subsidiaridad, la gratuidad, el diálogo, la fe y la evangelización, porque “si la luna se esconde del Sol, se vuelve oscura”. Cada encuentro nos abre al “nosotros” y nos saca de la autorreferencialidad, se arriesga al amor, “reconoce al otro, sana sus heridas, construye puentes, estrecha lazos y se ayudan mutuamente a llevar las cargas”. El encuentro con Jesucristo y la intimidad con Dios nos hace vivir “comunión, comunicación, donación, amor”, lo que lleva a darse a sí mismo, es decir, “dejar actuar en sí mismo toda la potencia del amor: eso es evangelizar, esa es nuestra revolución”. Y por ello, nosotros podemos exclamar con el Papa: “¡Qué lindo es cuando la Iglesia persevera en su esfuerzo por ser casa y escuela de comunión, cuando generamos esto que me gusta llamar la cultura del encuentro”.
7. Hay que añadir al paradigma de “cultivar” el de “cuidar”, porque “no cultiva quien no cuida y no cuida quien no cultiva”. Cuidarnos, cuidarle, cuidar todo lo creado, “nos pide alejarnos de todo egoísmo, de toda búsqueda de lucro material o compensación afectiva” y nos lleva a buscar el bien común, siendo un signo profético que lleve un rayo de luz y esperanza a todos, especialmente a los necesitados, que están “en el corazón del Evangelio”. Y el Papa dice con cierta nostalgia “¡qué lindo sería que todos pudieran admirar cómo nos cuidamos unos a otros, nos damos aliento y nos acompañamos”, porque no siempre nuestros encuentros eclesiales y sociales se libran de una cierta dosis de agresividad y competición excluyente. Esa “fraternidad universal” se debe aplicar también a la Amazonía ecuatoriana, que “requiere un cuidado particular por su enorme importancia para el ecosistema mundial”.
Al acabar el discurso improvisado del Papa en el santuario mariano de El Quinche, en la mañana del día 8 de julio, y mirando el trajín posterior en Bolivia y Paraguay, nos preguntamos qué frutos recogeremos de esta siembra de alegría y esperanza. Quizá nos ayude para nuestra reflexión y nos motive a “hacer lo que él nos diga”, responder a estos cuestionamientos:
1) ¿Será que la iglesia ecuatoriana ya está “en salida”, es una iglesia que se acerca, que sale de su comodidad y se atreve a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio?
2) ¿Nos hemos llenado del Espíritu para dejar todo proselitismo y dedicarnos a atraer con nuestro testimonio a los alejados y acercarnos humildemente a los que se sienten lejos de Dios en la Iglesia?
3) ¿La suma de voluntades y entusiasmo para acoger al Papa, y a quienes nos visitaron, nos ha capacitado para ser personas que buscan solo el bien común, el diálogo y el cuidado unos de otros?
4) ¿Hemos decidido que en nuestro país brille la unidad, dejando la mundanidad espiritual que nos hace estar en guerra entre nosotros, en una búsqueda estéril de poder, prestigio, placer o seguridad económica?
5) ¿Estamos pidiendo la gracia de no perder la memoria y de no sentirnos más importantes que los demás, para servir y servir cuando estamos cansados y servir cuando la gente nos harta?
6) ¿La gratuidad es –realmente- un requisito necesario para la justicia o la explotación de los recursos naturales, tan abundantes en el Ecuador, sigue buscando el beneficio inmediato, dejando de cuidar a la madre tierra y a los hermanos más frágiles, olvidando la pedagogía de la ecología integral?
7) ¿La Amazonía ecuatoriana requiere un cuidado particular, por su enorme importancia para el ecosistema mundial, y sabemos entrar en constante diálogo para buscar la verdad en lugar de que cada uno defienda sus propias razones?
Podemos decir de nuestro Papa lo que dice Isaías del Siervo: “¡qué hermosos son, sobre las montañas, los pasos del que trae la buena noticia!” (Is 52,7), y nos animamos a orar con las mismas palabras de nuestro hermano y Pastor Francisco Papa:
Señor, enséñame a
vivir en paz y serenidad,
esforzarme, para cumplir las metas de Dios,
entregarme y ser las manos de Dios,
vivir con respeto a los hermanos,
orar para mantener el contacto con tu Hijo,
descubrir y cumplir la voluntad de Dios,
ser feliz y llegar a mi plenitud,
ser buena persona para estar contigo.
Jesús García
Capuchino
Francisco de Orellana
NOTA: las palabras ente paréntesis están tomadas, literalmente, de los discursos y homilías del Papa Francisco en su visita al Ecuador (5-8 de julio de 2015)