Luz para alumbrar
En 1997, el Papa Juan Pablo II instituyó un día de oración por las mujeres y hombres que forman parte de la vida consagrada. Esta celebración está asociada con la Fiesta de la Presentación del Señor, el 2 de febrero, conocida tradicionalmente como el Día de la Candelaria.
Esta fiesta se celebra 40 días después de Navidad para recordar cuando María y José presentaron a Jesús a Dios en el templo. Uno de los ritos de este día es la bendición de velas, que simboliza a Cristo, la luz del mundo. De igual manera, las personas consagradas somos llamadas para reflejar la luz de Cristo en el pueblo o sociedad en la que vivimos.
En la familia franciscana estos años están siendo especialmente importantes desde el recuerdo de los últimos años de la vida de Francisco de Asís. Hace 800 años Francisco vivió una serie de experiencias que se nos han trasmitido de tal manera que forman parte de nuestra espiritualidad. Esta Navidad hemos recordado y celebrado su vivencia de la Navidad en 1223 en Greccio. En este nuevo año 2024 recién estrenado, recordaremos y celebraremos el VIII Centenario de la impresión de las llagas en Francisco de Asís. Las llagas o estigmas se refieren a las marcas o heridas en el cuerpo que imitan las heridas de Jesucristo en la cruz. San Francisco experimentó estas marcas misteriosas en sus manos, pies y costado y así lo representan los artistas en sus obras.
Decimos que las llagas son signo de la profunda conexión espiritual que tenía Francisco de Asís con Jesús y su amor por Él. Pero también son signo de su identificación con aquellos que llevan una vida llena de heridas, las personas estigmatizadas socialmente, aquellas que sufren el abandono, la pobreza, la vergüenza o la culpa. La cercanía de San Francisco a los más pequeños, los leprosos, los pobres y las personas que sufrían, le llevó a comprender y contextualizar mejor los sufrimientos de Cristo.
A medida que pasan los días somos conscientes de cómo se nos ha complicado la vida, especialmente a raíz de la pandemia. Pero no somos espectadores de diferentes acontecimientos que provocan crisis y desolación, sino todo lo contrario, queremos comprometernos con nuestro mundo y sus criaturas. Los Evangelios nos dicen que Jesús predicaba, enseñaba y curaba. Estas tres acciones han configurado gran parte de la vida consagrada. De ahí que en la Iglesia haya tantas obras de enseñanza, catequesis o formación y curación.
La verdadera misión de la Iglesia no es poner en funcionamiento una eficiente máquina de ayudas, siguiendo el modelo de una ONG. La misión de la Iglesia es curar las heridas del corazón, abrir puertas, liberar, alumbrar e iluminar…
Fr. Benjamín Echeverría