Si bien resultaba imposible pensar que se pudiera producir aquel encuentro por la situación bélica en que se encontraban cristianos y musulmanes en el siglo XIII como consecuencia de la quinta cruzada, este resultó ser todo un signo de fraternidad, respeto y diálogo entre religiones. Tanto, que ha sido fuente de inspiración, generación tras generación hasta nuestros días. La audacia de San Francisco orientada por la autenticidad de su intención halló eco positivo en Malek-al-Kamil. Ambos se estimaron por la sinceridad en su búsqueda del Absoluto y ambos incorporaron a su praxis religiosa algún rasgo observado en el otro.
En un mundo donde se constata con demasiada frecuencia la polarización de las posturas en muchos ámbitos sociales, también en el eclesial, los franciscanos y franciscanas en España apostamos por la minoridad y la humildad, por la escucha y el compromiso, por la asertividad y la entrega incondicional hacia todos, de manera particular hacia los pobres. Esta apuesta no nos pertenece, más bien reconocemos que nos viene dada por el testimonio de Jesucristo, aquel que siendo rico se hizo pobre por amor a nosotros (cf. 2Cor 8,9). Jesús de Nazaret, escuela donde Francisco de Asís aprendió a vivir en libertad, nos muestra a lo largo de su ministerio público el camino de la bondad que trae como fruto la fraternidad sin fronteras. El encuentro con la samaritana (cf. Jn 4), la curación del siervo del centurión (cf. Lc 7,1-10), o el reconocimiento de la gran fe de la mujer siriofenicia (cf Mc 7,24-30) son pasajes concretos que así lo ponen de manifiesto. Estos testimonios son confirmados por el mismo Señor cuando asegura que habrá gentes que vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur a sentarse en el banquete del Reino de Dios (cf. Lc 13,29).
Comprendemos que la fe, lejos de generar fronteras, nos abre a un mundo de posibilidades de encuentro con quienes se reconocen buscadores auténticos de la verdad y están movidos por la paz y el bien. La fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo nos hace peregrinos con el resto de comunidades cristianas, con las personas religiosas y con toda la humanidad sufriente.
Más concretamente, el encuentro entre San Francisco y el sultán de Egipto nos impulsa a las franciscanas y franciscanos a caminar junto a los musulmanes tal como Mons. Santiago Agrelo nos ha expresado en su reflexión durante el transcurso de esta Asamblea: “no vamos a La Meca con los musulmanes, pero nos unimos a ellos en la confesión de la soberanía de Dios sobre nosotros, en la sumisión al Dios Clemente y Misericordioso, en la práctica de la oración, en la solidaridad con los desfavorecidos de la tierra, en la lucha por la justicia”.
Nos reconocemos peregrinos junto a otros muchos peregrinos desde el regalo de la fe que Dios nos ha dado. Este peregrinaje no solo requiere diálogo, requisito imprescindible para regular las relaciones entre las personas, sino algo más que diálogo. En palabras de Mons. Agrelo, “el Mesías Jesús no vino al mundo para convivir pacíficamente con sus vecinos, sino a dar la vida por todos. Y para esto es necesario darse, no basta con hacerse buen vecino”.
La vida de la Federación Interfranciscana de España, deudora de tanto bien recibido por Dios, se siente peregrina junto a toda la humanidad desde la entrega de la vida, y se ve confirmada en esta misión por San Francisco a través de sus mismas palabras: “restituyamos todos los bienes al Señor Dios altísimo y sumo, y reconozcamos que todos son suyos, y démosle gracias por todos ellos, ya que todos los bienes de él proceden” (Rnb 17,17).
Federación Interfranciscana de España
Mensaje de la XXXIV Asamblea General