David contra Goliat III

Miguel Ángel Cabodevilla OFMCap
David contra Goliat III

Pablo Fajardo, cuarenta años, es un hombre menudo y decidido. Lidera el equipo de abogados que defienden la causa de los indígenas y campesinos afectados por el Goliat de turno, la petrolera Chevron. Pablo, decíamos, lleva 20 años luchando contra el imperio colosal de una multinacional. Hay que tener mucha constancia, fuerza y coraje para enfrentar ese poder, pero sobre todo para aguantar ese tiempo. Veinte años, una buena parte de una vida. Y todavía sigue en ello.

Generalmente, detrás de una hazaña de ese tamaño hay alguna explicación. Una persona tan resistente y tenaz ha de tener un pasado que lo explique.

“Tengo un agradecimiento especial por Navarra porque, si hoy soy abogado, es gracia al apoyo, a la solidaridad y a los consejos devarios religiosos capuchinos navarros que conocí en mi tierra. A unos les debo toda mi formación y vivencias juveniles. Las personas tenemos como una chispa de lo que queremos ser, pero hace falta que alguien nos empuje y la encienda. Otro fraile logró que un matrimonio me financiara la carrera. Yo era el quinto de diez hermanos y no había dinero para ir a la universidad. Si todo aquello no hubiéramos llegado a donde hemos llegado”.

Son declaraciones recientes de Pablo a un periódico navarro, el 15/2/2014. Ha hecho muchas semejantes en cada una de sus visitas de los últimos años. Él mantiene viva la memoria de su origen, sea la casa pobrísima donde nació y vivió su infancia, o la iglesia de los capuchinos españoles en Shushufindi, la amazonia ecuatoriana, donde se refugiaba de niño. Allí se formó en los grupos infantiles y juveniles, luego lideró a éstos y fue mostrando poco a poco su madera de líder.

En el periódico El País, el 6/6/2011, lo contaba así: Alrededor de la misión de los padres capuchinos, puso en marcha el embrión de la resistencia, un comité de derechos humanos formado por campesinos e indígenas. Eran 50 personas organizadas por Fajardo. Tenía 16 años. Le echaron de la empresa petrolera y también de una palmicultora que era la única alternativa laboral. Acabó viviendo de su trabajo en la misión. "Los mismos curas me buscaron una beca, de una persona a la que no conozco, que financió mis estudios en la universidad". Estudió Derecho por correspondencia.

Shushufindi era un gran campo petrolero, el más rico del país, de allí manaba la riqueza principal de la nación. Pero, al mismo tiempo, estaba corroído por la miseria de las gentes, abandonadas sin apenas servicios sociales en educación, sanidad o seguridad. Era uno de los lugares con más crímenes del país. Trabajar allí por los Derechos Humanos era una operación de riesgo. Este pequeño David mostró desde muy joven su capacidad para enfrentar situaciones peligrosas, ese temple lo sigue conservando hasta hoy. “Hemos tenido de todo –dice ahora en esa entrevista-: amenazas, persecuciones, espionaje… Pero el peor momento fue cuando unos sicarios mataron a mi hermano en pleno juicio”.

Pablo asegura: Nuestro trabajo en Ecuador es un ejemplo de las cosas buenas que pueden suceder cuando miles de personas, la mayoría sin dinero o el poder, quieren unirse en un esfuerzo común para mejorarse a sí mismos y al planeta.

Un gran desafío, en efecto, una reedición impresionante de la antigua narración bíblica que ahora podemos ver ante nuestros ojos.

Miguel Ángel Cabodevilla

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